martes, 8 de febrero de 2011

El regreso salvaje de la espiritualidad o la necesidad de pertenencia flexible a una organización iniciática.


Hoy parece que muchos están interesados en esto de la espiritualidad y también parece que más que nunca esta espiritualidad se vive de formas muy diversas. Esto en principio debería alegrarnos, pero también me genera dudas.

Y es que creo que este fenómeno del regreso de la espiritualidad es, por ahora, una realidad ambigua, ya que puede dar lugar a diversos resultados; pienso que, por un lado, puede ayudarnos a vivir en plenitud saliendo de reduccionismos, pero sospecho que también puede llevar al renacer de la irracionalidad más delirante o del fanatismo fundamentalista más grosero. No creo que esto fuera para alegrarse.
En cualquier caso, lo que parece que cada vez es más evidente es que el modelo tecnocrático, logocéntrico y economicista en el que vivimos es insostenible y debe ser superado.
No es extraño, por tanto, que cada vez más personas tengan experiencias “espirituales” y busquen cómo integrarlas en sus vidas de un modo adecuado. Aquí hay diversidad de “soluciones”.
Para muchos está superado el tiempo de las instituciones religiosas o espirituales, sólo se fían de la búsqueda personal y de la propia experiencia. A partir de ella, interpretan las tradiciones religiosas, las mezclan, las alaban o descalifican según sus criterios.
Otros dicen estar ligados a una tradición sin ninguna práctica, sin atender a las mínimas reglas de pertenencia a esa tradición o sin aceptar los elementos fundamentales de la misma.
No dudo que puedan darse en algunos casos verdaderas experiencias espirituales humanas y humanizadoras entre quienes optan por esta vía, pero no creo que sea el camino más recomendable.
Recorrer el mundo “espiritual” exige tener un hilo de Ariadna para que el subjetivismo y el narcisismo no se traguen todo el “trabajo” y, sin la ayuda de una organización espiritual y una tradición, esto es muy difícil. Lo más fácil será caer en el “narcisismo espiritual”, lo que se llama en el zen la enfermedad zen (quietismo en el cristianismo), que se caracteriza por creerse ya uno “iluminado” por su experiencia y sin necesidad de someterse a las reglas y las enseñanzas de las instituciones y organizaciones espirituales tradicionales.

Otros huyendo de este peligro del narcisismo espiritual buscan evitarlo ingresando en organizaciones espirituales a las que consideran el único lugar válido para vivir la espiritualidad. La organización se ensalza por encima de todo y el sometimiento extremo a las autoridades de esa organización es para ellos el punto central para no equivocarse en su camino. El narcisismo espiritual se refleja aquí identificándose con la organización que tiene toda la verdad y no puede errar en ningún caso. Al identificarme con la institución, cuanto más la ensalzo, más me estoy ensalzando yo mismo. La organización nada tiene que aprender ni debe adaptarse a las personas y a los tiempos, sino al contrario. No se busca la espiritualidad como una experiencia personal transformadora sino como una forma de identificación personal, una ideología que les dé identidad y protagonismo frente a los demás que están en el error o nos persiguen (son inferiores). Se mata así la persona y su espiritualidad y se sustituye por el robot religioso uniformado bajo un mismo patrón, que obtiene el caramelo de creerse en la verdad y ser superior. Unos buscan su identidad comprando coches o mediante buena ropa, otros buscan llenar su vacío interior con etiquetas religiosas que los distingan.

También están aquellos que desprecian las religiones y buscan una espiritualidad más madura, el esoterismo. Para ellos, las religiones son todas expresiones de una misma Tradición Primordial y conducen a la misma experiencia. Las religiones viven la espiritualidad de modo deformado e inmaduro, son infantiles. Habría pues que unirse a un grupo esotérico que nos diera la verdadera experiencia sólo reservada a una élite.
Creo que esta forma de pensar olvida que cada religión es una experiencia única e intransferible, si bien haya elementos comunes y que permiten estar en armonía, enriquecerse mutuamente y entenderse.

Desde mi punto de vista, la división exotérico (externo y masivo) y esotérico (interno y elitista) debe ser superada. El centro de las tradiciones no es el esoterismo sino la mística (que nada tiene que ver con el misticismo sentimental) o dimensión monástica. La experiencia espiritual no es en último término la iluminación, aunque suponga una experiencia iluminadora, sino un estilo de vida que ve en lo cotidiano, en lo pequeño, en lo sencillo, en lo pobre y feo el lugar por excelencia del misterio. Es la llamada pobreza fecunda cisterciense.

Somos seres incompletos, fragmentados, “caídos” y por nosotros solos no podemos salir de nuestra situación. Necesitamos una “bendición”, la “gracia”, la “influencia espiritual” venida de más allá del mundo humano para salir de nuestra situación, peor que se “encarne” en nuestro mundo mediante una realidad física y material. Esto es lo que hacen las instituciones religiosas y espirituales, ser cadenas de esta influencia y encarnarla en el mundo. Naturalmente la influencia espiritual se daría también más allá de las instituciones religiosas o espirituales.

Creo, por tanto, en la necesidad de incorporarse a una institución religiosa u organización espiritual, haciéndolo de modo flexible, asumiendo lo esencial de su doctrina y de sus reglas y, a la vez, recreando la tradición recibida, sin traicionarla, a partir de la experiencia personal de la verdad espiritual que esta tradición porta.
Formar parte de una tradición nunca puede suponer perder la propia personalidad asumiendo un modelo prefabricado, ni renunciar al modo personal de vivir esa tradición. Las instituciones u organizaciones espirituales deben ser, por ello, plurales y, a vez, a través de una serie de referencias comunes, permitir vivir armonizadas todas sus sensibilidades. Querer uniformar demasiado será matar la tradición, tanto como olvidar los elementos comunes y caer en un puro subjetivismo narcisista. Ambos errores acechan al caminante.

domingo, 9 de enero de 2011

Císter y la orden del temple: Dos brazos de la Revolución espiritual vivida en el siglo XII.




Como ya he señalado en otras ocasiones, no se puede entender el fenómeno cisterciense, del que el Temple es una manifestación, sin comprender la situación de la cultura y la sociedad europea en el momento de su nacimiento.


El siglo XII es un siglo fundamental para comprender la historia europea, en él se intentó llevar a cabo una revolución social y cultural progresista, por parte de una serie de movimientos místicos que hicieron una crítica a la sociedad feudal y a la Iglesia comprometida con ella.


Por eso, es curiosa la atracción de algunos grupos “neotemplarios” actuales por los aspectos más feudales y militaristas de la orden del temple, es decir, por los aspectos más contingentes y superficiales de la misma, que indican un desconocimiento de lo que supuso la revolución cisterciense en Europa y el carácter antifeudal y antigregoriano de la actuación del temple y del Císter.


La reivindicación de una Iglesia pobre, contemplativa, sin vínculos esclavizantes con el feudalismo, la crítica a la situación social que la división estamental suponía, el apoyo al proyecto imperial frente a una jerarquía romana que quería imponerse sobre la sociedad y frente a unos poderes nacionales que querían absolutizarse, fueron los ideales que dieron nacimiento al Císter y al Temple.


Durante el siglo XI una fuerte corriente eclesiástica crítica con la alta jerarquía eclesial fue tomando cuerpo, a su cabeza están los monjes que hacen una crítica al monacato benedictino tradicional, demasiado vinculado a la nobleza feudal y, por lo tanto, solidario de sus intereses. Císter nace de estos monjes “revolucionarios”, así como la idea de la cruzada tiene que ver con estos movimientos de transformación de la sociedad, que intentan generar un renacer espiritual en occidente, una transformación eclesial y social, así como la extensión de este nuevo orden al Oriente más rico y desarrollado. La toma de Jerusalén es el símbolo de la victoria de este proyecto. El Temple será la institucionalización de estos ideales y un instrumento para conseguirlos, apoyado por cistercienses y por los grupos esotéricos medievales.


Como explica Rene Guenon no hay duda de que en las órdenes de caballería existía un pensamiento esotérico vinculado al hermetismo, que les permitió servir de nexo de unión entre el Islam y la cristiandad, gracias a tener una visión ecuménica de tipo esotérico. Es por eso, que parte de la herencia templaria hay que buscarla en la masonería, la institución occidental actual heredera del esoterismo tradicional occidental. Por supuesto, la masonería no es la continuadora de la orden del Temple en un sentido jurídico e histórico, pero sí que en ella se ha guardado lo poco que ha sobrevivido del esoterismo medieval, que tuvo en la orden del temple un lugar privilegiado.


Pero la experiencia central de la espiritualidad templaria no fue la experiencia esotérica, sino la experiencia monástica cisterciense, una experiencia mística centrada en el Amor y con un fuerte contenido de compromiso político y social. Una experiencia más allá de la religión institucional, pero no contraria a ésta, sino deseosa de su transformación y renovación. La experiencia que Císter trató de transmitir no era sólo una experiencia interna y espiritual sino una experiencia integral, que abarcaba a los ámbitos sociales y políticos, promoviendo una sociedad más fraterna, más democrática y solidaria, en la medida que las circunstancias de la época lo permitían.


Estos movimientos reformadores católicos fueron aniquilados progresivamente a medida que Roma se fue imponiendo sobre la sociedad y a medida que los poderes nacionales se fueron absolutizando, marcando la desaparición del Temple en el siglo XIV, el final de ese intento de reforma de la Iglesia y la sociedad, y la consolidación progresiva de una Iglesia más autoritaria y unos poderes seculares alejados de los ideales espirituales y humanistas.


La orden del Temple desapareció, no hay instituciones actuales que sean herederas históricas del Temple. Las únicas instituciones que conservan de forma fragmentaria y separada elementos de lo que dio origen y convivió en el temple, son las órdenes monásticas cistercienses y la masonería. Sin embargo, ambas instituciones en gran medida desconocen lo que fue el Temple o tienen visiones parciales del mismo.


Si hoy existiera la orden del Temple y quisiera ser fiel a la misión que tuvo en su origen, tendría que representar un catolicismo renovador, ecuménico, laico y acogedor de la masonería, como el Temple histórico acogió el ecumenismo esotérico de su época. Hoy su misión sería ayudar a renovar la Iglesia y la sociedad, trabajando en una dirección progresista, apoyando la laicidad como ámbito común donde todos podemos convivir, con una visión ecuménica e interreligiosa que le haría promover el ir más allá de las religiones hacia la mística como meta a la que las instituciones religiosas deben estar subordinadas.


Los grupos diversos que se interesan por el Temple hoy deberían intentar centrarse en conocer la espiritualidad cisterciense y lo que representó la revolución cisterciense, además de intentar reconciliarse con la masonería, apoyando un proyecto laico y progresista de sociedad, como el Temple combatió el autoritarismo eclesial o secular en la época en que vivió, para poder considerarse herederos espirituales del proyecto cisterciense-templario.


Y la vigencia de esta orientación es hoy tan urgente como lo fue en la Edad Media.


Por eso, resulta desalentador el carácter marcadamente tradicionalista de muchos de los grupos más serios vinculados a la memoria del Temple.


Es necesario un movimiento de amigos del Temple de orientación progresista, místico y laico, que trabaje por renovar la Iglesia y la sociedad. Ayudar a que esto ocurra lo antes posible debería ser una de las prioridades de los grupos de amigos del Temple hoy.

viernes, 7 de enero de 2011

El debate sobre la legitimidad del esoterismo laico y el esoterismo confesional y el valor del pensamiento de René Guenon.




Lo primero que hay que hacer al hablar de esoterismo es diferenciar el esoterismo del ocultismo, esa corriente relacionada con la práctica de las diversas mancias y los fenómenos paranormales.

El esoterismo es un camino de madurez humana que quiere llevarnos a la experiencia espiritual, sea lo que sea lo que entendamos por esa palabra. Las mancias y otros conocimientos “ocultos” han formado parte del conjunto de saberes vinculados al esoterismo pero siempre se han considerado “artes secundarias”, que además pueden ser “negativas” cuando se les presta excesiva atención olvidando que le centro del esoterismo no son los “fenómenos” sino la experiencia espiritual.


El esoterismo es pues un camino espiritual que se caracteriza por intentar llevarnos más allá de la mente dual y emocional hacia una experiencia espiritual, transpersonal, más allá de la razón y la emoción. Para ello se vale del trabajo con símbolos, con la energía y sabiduría de los arquetipos, para ir ampliando nuestra conciencia y transformando nuestra existencia.


El esoterismo es un fenómeno que ha existido en la mayoría de tradiciones espirituales religiosas, también en el cristianismo (como da prueba de ello la existencia de la masonería o el martinismo).


Para el esoterismo cristiano no existe un esoterismo universal sino diversos esoterismos según la religión a la que están vinculados, aunque podamos encontrar una serie de características comunes en todos ellos.

Para este esoterismo la tradición espiritual se habría ido trasformando a lo largo de la historia, apareciendo de modo diverso en cada época, pero no tiene una visión cíclica sino providencial, de modo que la actuación del Espíritu en la historia no sigue una dirección siempre decadente, sino que considera que tradiciones espirituales posteriores pueden ser mucho más perfectas que otras anteriores, que pueden haberse corrompido.

Para los esoterismos confesionales el esoterismo no es el centro de la tradición espiritual a la que están unidos, sin limitarse a ser un hermenéutica espiritual de las Escrituras y buscando alcanzar la experiencia espiritual que las fundamenta, se someten a la mística confesional, a la dimensión monástica de cada tradición, el verdadero núcleo de la misma, que supera toda división entre esoterismo y exoterismo.

El esoterismo cristiano, por tanto, siempre ha estado “alimentado” por la mística cristiana, intentando adaptar sus enseñanzas y aprender de la mística cristiana. Buena muestra de ello, es la relación y subordinación de la masonería medieval a la institución monástica.

El esoterismo cristiano tiene además una visión universalista asimétrica, es decir, sabe que hay verdad y sabiduría en muchos caminos espirituales, pero considera que el camino cristiano es el más pleno, estando todo lo bueno y santo de los otros caminos en relación con Cristo, siendo una manifestación del Cristo desconocido que debe estar dispuesto a acoger y a incorporar, sin perder nunca su identidad cristiana y su adhesión al cristianismo como el camino más perfecto para él.

Frente a esta visión del esoterismo cristiano tradicional ha surgido el pensamiento de René Guenon, una corriente de pensamiento esotérico que considera al esoterismo como la tradición primordial, o tradición espiritual por excelencia, de las que las religiones serían meras adaptaciones y “exteriorizaciones”. El esoterismo estaría por encima de las religiones y sería una doctrina “perenne”, establecida de modo permanente desde el comienzo de la historia (Edad de oro) y que a lo largo del tiempo habría ido deformándose, siendo en la actualidad la doctrina del vedanta advaita la mejor representante de la tradición primordial.

Esta visión de René Guenon defendida hoy en ciertos ambientes esotéricos es difícilmente compatible con una fe religiosa, así como tampoco es aceptable para el pensamiento laico, ya que Guenon consideraba el pensamiento laico como radicalmente erróneo y antiespiritual, viendo en la modernidad un modelo de degeneración cultural propio de la última edad (la menos espiritual) del ciclo (Kali Yuga).


Además del esoterismo cristiano o confesional y del esoterismo guenoniano, fruto del proceso de secularización de la modernidad, ha nacido un esoterismo laico.


El esoterismo laico intenta ser un camino de humanización que pretende desarrollar las dimensiones más profundas del ser humano desde una perspectiva puramente natural y sin definir la existencia o no de la transcendencia. La espiritualidad laica es una experiencia humana, la más profunda que no tiene porque ser definida en términos confesionales.


Este esoterismo laico basado en la común humanidad de todos tiene una legítima visión universalista, intenta defender y desarrollar las dimensiones humanas más profundas, comunes a todos. No intenta definirse por encima de las religiones ni al margen de ellas (puede aprender de ellas), sino en una perspectiva laica y no religiosa. Por ello, nunca intentará convertirse en una creencia dogmática que excluya las otras creencias.


Desde esta perspectiva el esoterismo laico y el religioso pueden convivir y colaborar, cada uno desde sus perspectivas, en la defensa de los valores humanos fundamentales y en el respeto hacia las diversas tradiciones e ideologías, entendidas como frutos de un enriquecedor pluralismo.


El esoterismo guenoniano representa, por el contrario, una visión difícilmente compatible con una visión laica o una fe religiosa, puede ser una aportación interesante en diversos puntos, siempre que se tome de modo crítico y no de la manera dogmática y rígida como ha sido y es vivido por alguno de sus seguidores. Pero la visión guenoniana del esoterismo cada día parece más problemática y menos viable como camino válido para las diversas corrientes esotéricas existentes hoy (en especial para las diversas corrientes masónicas).

El cristianismo: ¿Religión, Misterio, Esoterismo o Mística?



Una de las escuelas de pensamiento, en torno a la espiritualidad, que se han dado a conocer en el siglo XX es el llamado pensamiento tradicional o perennialismo. Su gran sistematizador ha sido el francés René Guenon, uno de los pensadores espirituales más profundos y también uno de los más polémicos del pasado siglo.

Guenon afirma la existencia de una Tradición Espiritual común a toda la humanidad, la Tradición Primordial, de la que el resto de tradiciones religiosas o espirituales son meras adaptaciones a tiempos y lugares diversos. Tradición, por lo tanto, perenne (de ahí denominación de perennialismo) que acompaña a la humanidad bajo el velo de las diversas tradiciones.

Según Guenon, estas tradiciones pueden ser una expresión directa de esta tradición primordial, es lo que considera tradiciones esotéricas (internas), iniciáticas o metafísicas, que intentan sacar al hombre de su visión exclusivamente dualista o individualista de la realidad llevándole a una experiencia de fusión con el principio transcendente, o bien, pueden presentarse adaptadas al modo humano de ver las cosas (dualista), siendo entonces tradiciones exotéricas o externas, que tienen una menor profundidad en su experiencia espiritual ya que no logran una experiencia del misterio transcendente más que desde la fe en unas creencias. Para Guenon la experiencia espiritual plena es la experiencia iniciática o esotérica, considerando que todo exoterismo o religión debe ir acompañado de un esoterismo para poder ser considerado una doctrina espiritual plena.

Guenon da a conocer ese punto de vista iniciático presente en muchas tradiciones y también rastrea su presencia en Occidente. Para Guenon en Occidente sólo existiría una doctrina iniciática en la actualidad, “el hermetismo” representado por las diversas corrientes masónicas, que, sin embargo, en gran medida habrían olvidado el sentido de sus símbolos. Considera Guenon que hoy el cristianismo es un mero exoterismo o religión y, por lo tanto, no ofrece una vía espiritual plena, ya que carece de esoterismo propio, es un camino basado simplemente en unas creencias sin superar la dimensión personal o individual (dualista).

Esta afirmación ha generado un vivo debate entre los propios seguidores de Guenon y, a la vez, interpela a cualquier cristiano interesado en una búsqueda espiritual auténtica. ¿El buscador espiritual serio ha de abandonar el cristianismo si quiere vivir la experiencia espiritual en plenitud?. De hecho, Guenon se hizo musulmán, participando de lo que consideraba la dimensión esotérica del islam, el sufismo. Y son muchos los buscadores occidentales que han dejado el cristianismo para encontrarse con las tradiciones orientales, que les parecen más profundas.

Aquí me gustaría hacer mi pequeña aportación al debate, careciendo de la suficiente cualificación para pretender corregir a los pensadores que han tratado este tema, simplemente a modo de reflexión personal, sin más autoridad que la que vosotros me queráis atribuir.

Exoterismo o religión.

Para exponer mi punto de vista, diferenciaré entre esoterismo, exoterismo y mística, intentando señalar las diferentes experiencias, perspectivas, métodos de trabajo espiritual y verdades que cada una de estas vías tiene, considerando que pueden darse las tres en una tradición espiritual, puesto que representan puntos de vista diferentes pero complementarios.

El exoterismo o punto de vista religioso, se basa en una perspectiva de la realidad dualista, la experiencia espiritual, por lo tanto, que subyace en él es una experiencia que diferencia siempre entre el principio transcendente y la criatura; para esta perspectiva es posible la relación entre ambos y la comunicación, pero nunca la fusión de uno y de otro. La Revelación es el dato fundamental, Dios ha revelado unas verdades (dogmas), una moral y se hace presente en unos ritos, así como en la oración personal que son la referencia necesaria para entrar en comunicación con él. Creer en esas verdades, conducirme según esa moral, celebrar esos ritos y practicar la oración son el camino, o la práctica espiritual fundamental. Se teme mucho el subjetivismo de la criatura, su camino para no errar es creer lo revelado y hacer lo prescrito dado que Dios es siempre un misterio que se me escapa y mi experiencia de él siempre es menos de lo que él es.

La experiencia religiosa es una experiencia siempre desde la separación con el misterio transcendente pero de comunicación con él a través de un camino comunitario probado como válido, al que me entrego desde la fe.

Desde este punto de vista, el exoterismo tiene una verdad que defender, evitar manipular subjetivamente a Dios para reducirlo a mi modo de ver las cosas, es decir, convertirlo en un ídolo y no en el verdadero Dios vivo más allá de mi subjetividad.

Es evidente que esta dimensión está muy presente en el cristianismo y para muchos es la única dimensión posible y válida del mismo. Es cierto lo que dice Guenon de que prácticamente para la mayoría de cristianos la única espiritualidad cristiana es ésta, una espiritualidad exotérica.

Esoterismo o Gnosis

El esoterismo representa otro punto de vista y se apoya en otra experiencia diferente. Su punto de vista intenta superar la dualidad, cree que la realidad va más allá de la visión meramente racional o conceptual, siempre dualista, y que es posible fusionarse en ese nivel supradualista y supramental con la Realidad transcendente. La verdadera experiencia espiritual es precisamente ésta de unificación y superación de la división Creador-criatura. La religión debe llevar a esta experiencia o es una mera creencia ideológica que no nos transforma en profundidad.

El esoterismo intenta ir más allá de la revelación, de toda revelación, a la experiencia que fundamenta esa revelación, considerando que hay un núcleo de experiencia que es el mismo en todas las revelaciones. Por eso, se dice en algunas vías con este punto de vista que “hay que matar a Buda” o “quemar las Escrituras”, no desde una perspectiva impía, sino intentando ir más allá de los conceptos a la experiencia.

El método de trabajo espiritual de estos grupos suele ser el simbolismo, trabajar con los símbolos va abriendo la mente a los niveles suprarracionales, poco a poco este trabajo se va simplificando hasta una experiencia más allá de todo concepto, de gran simplicidad, de unificación más allá de todo simbolismo o concepto, es la Iluminación o gnosis.

La vía esotérica, precisamente por trabajar con esas dimensiones supramentales, no es apta para todos, debe realizarse en grupos discretos y en ámbitos protegidos adecuados que eviten peligros diversos como caer en mentalidades irracionales o el “volarse” fuera de la realidad.

Un discípulo de Guenon, también gran pensador y hombre espiritual, Frithjof Schuon se separará de Guenon al considerar que el cristianismo es en realidad un esoterismo; por todas partes descubre esa visión esotérica que une a Dios y la criatura (Yo y el Padre somos uno dice Jesús) y considera que, si bien el cristianismo se ha exteriorizado y vulgarizado, en realidad su núcleo es básicamente esotérico. Para Schuon el cristianismo sería un esoterismo extendido que transmite la iniciación esotérica de forma virtual a todos.

Por supuesto, Schuon sigue considerando el esoterismo una experiencia común, núcleo de todas las religiones y más allá de ellas, aunque el cristianismo presentaría la peculiaridad de hacer accesible a todos este núcleo que, en la práctica, sólo unos pocos pueden actualizar.

Con este punto de vista, muchos de los discípulos de Schuon se mantendrán dentro del cristianismo, a diferencia de los guenonianos que tenderán a abrazar el islam.

Será uno de los seguidores de Schuon el que se separará de la visión genoniana y shuoniana, considerando que la visión del esoterismo de estos autores no era compatible con la fe cristiana. Se trata de Jean Borella, autor de un libro “esoterismo guenoniano y misterio cristiano”, en el que expone su idea de que el esoterismo guenoniano se considera por encima de la revelación cristiana y, por lo tanto, no es compatible con la fe cristiana que siempre tiene por centro esta revelación cristiana.

No admite la existencia de ese esoterismo guenoniano en el cristianismo (esoterismo formal), aunque cree que podría hablarse de una dimensión esotérica (esoterismo real), que se trataría de un hermenéutica espiritual de la Revelación, pero siempre sometida a ella. A eso es a lo que llama el Misterio Cristiano, para separarlo del esoterismo de Guenon o de Schuon. Los que quieren avanzar en el conocimiento del misterio (esoterismo real) cristiano deben por tanto, profundizar en la Escritura y la Tradición, descubriendo sus dimensiones más espirituales, pero nunca pretendiendo ir más allá de ellas.

Será otro schuoniano, Jean Marc Vivenza, quien aclare cómo el esoterismo busca siempre ir más allá de la Revelación a la experiencia que la sustenta; sin romper con las Escrituras, va más allá de ellas y las confirma con su experiencia. Por lo tanto, El Misterio de Borella no sería propiamente un esoterismo, sigue dentro de la visión religiosa y dualista, si bien es una llamada loable a profundizar en ella al máximo, sin llegar a sobrepasar lo mental y dualista.

Por otra vía, por tanto, Borella sigue considerando al cristianismo un exoterismo como hacía Guenon, si bien, Borella niega el valor del esoterismo y lo considera un gnosticismo anticristiano, mientras que para Guenon el esoterismo era el objetivo final de toda tradición espiritual completa.

La Mística o el Monacato.

No considero que ninguna de estas posturas agote el debate en torno a los niveles de profundidad de una tradición espiritual, ni explique la naturaleza del cristianismo.

Creo que hay que hablar de otro nivel espiritual, la mística, que integraría y transcendería los niveles anteriores. Por mística no me refiero al misticismo, una experiencia que no supera el ámbito del dualismo religioso, basada fundamentalmente en la afectividad y el subjetivismo religioso.

La experiencia que sustenta la mística a la que me refiero es la experiencia trinitaria o no dualista, aquella que Panikkar considera el núcleo de toda religión o tradición espiritual auténtica. Esta experiencia es una experiencia de comunión en la pluralidad o de unión total con el principio transcendente sin perder a la vez la propia identidad, sería el último momento del recorrido espiritual, cuando tras la Iluminación (fusión con la transcendencia) volvemos a la realidad concreta, histórica con los ojos transformados por lo vivido y siendo transformadores de esa realidad.

La Mística, por lo tanto, integra la experiencia dualista y monista del exoterismo y del esoterismo, yendo a su vez más allá de ellos. La Mística no considera la Iluminación como la meta final, sino la transformación de la realidad secular vista ahora como sagrada, la transformación de esa realidad será el lugar por excelencia donde se vivirá la experiencia espiritual, en especial, la liberación y compasión con los aspectos más “pobres” o “feos” de esa realidad supuestamente profana para el ego y sagrada para el místico.

La mística va más allá de la revelación, sabiendo que hay un núcleo común de experiencia pero también reconoce algo único en cada Tradición, vive su identidad como camino hacia la universalidad y lo universal en lo concreto. Por eso confirma la revelación a la que pertenece y el valor único que ésta posee. Unidad y pluralidad, identidad y universalidad no se contradicen, son dos caras de una misma realidad. La meta no sería el Nirvana (Unificación suprahistorica ), sino descubrir que samsara es Nirvana y Nirvana Samsara, lo histórico y lo transcendente son dos caras de una misma realidad, están totalmente unidos sin ser lo mismo.

La Mística supera e integra el dualismo religioso y el monismo esotérico, descubriendo a su vez el valor de ambas vías. Unidad y pluralidad no pueden reducirse la una a la otra ni separarse.

Desde este punto de vista, el cristianismo es ante todo una mística, como toda tradición completa (Panikkar nos dice que esta visión trinitaria de la mística está en el fondo de toda Tradición), así el teólogo Metz lo llama una mística política, en el sentido de que toda mística auténtica se compromete con el mundo, en especial, con los más pobres y necesitados. Esto es lo que en Císter se expresó bajo la idea de la Pobreza fecunda: la experiencia siempre nos conduce a lo más pobre, lo más feo, lo más sencillo como lo más valioso, donde más se transparenta el misterio cuando lo acogemos y ayudamos a esas realidades a acogerse y transformarse.

El Místico no se separa de la religión, pero intenta vivir la experiencia que se esconde en sus dogmas y ritos, yendo más allá de los conceptos e imágenes de los mismos. El místico también tiene por objeto la fusión con la divinidad, pero no es la meta final. Por eso, desde una perspectiva mística es posible admitir la existencia de un esoterismo cristiano, instituciones como la masonería o el martinismo lo atestiguan, pero no considerar al esoterismo el núcleo central de la religión. Ese núcleo es la Mística, que por su naturaleza es a la vez común en todas las tradiciones y, a la vez, diferente ya que cada una expresa determinadas verdades o experiencias de un modo único y propio.

El trabajo propio de la vía mística comienza en lo que aparece como el final del esoterismo, comienza en las prácticas meditativas más allá de los conceptos y las palabras, pero termina llevando a la Vida comprometida y cotidiana como camino y praxis fundamental. La Contemplación lleva a la praxis transformadora de la historia, de la sociedad y de la propia vida. La vida sencilla es la última praxis espiritual que a cada uno le toca realizar; vivida desde la experiencia de la transcendencia y la compasión y el compromiso con el otro, ésta es la experiencia y la praxis final.

El místico viviría también la experiencia de iluminación igual que el seguidor de la vía esotérica, pero no se quedaría en la iluminación, iría más allá de la iluminación a la experiencia trinitaria, de comunión con Dios, el cosmos y el hombre. Es un camino abierto a todos, a diferencia del esoterismo siempre practicado en grupos discretos y cerrados que guían el proceso espiritual. Pero en la práctica, por lo simplificado de su método fundamental (oración de silencio y contemplativa, compromiso solidario) muchos no pueden o no quieren seguir este camino. En cualquier caso, el místico también necesita un maestro-acompañante en su camino y vivir una dimensión comunitaria en su vida (aunque sea un eremita).



En definitiva, en el cristianismo, como en cualquier tradición auténtica podemos encontrar una dimensión exotérica más superficial (exoterismo guenoniano) o más profunda (Misterio Borelliano),una dimensión esotérica (esoterismo guenoniano o schuoniano), y una dimensión mística, la más profunda, el verdadero núcleo de la Tradición. La institución eclesial (exoterismo), la masonería (esoterismo) o el monacato (mística) representarían, a nivel institucional, la existencia de cada una de estas dimensiones en el cristianismo.

La mística y el esoterismo, fuentes del nuevo paradigma ecuménico


Desde muchos ámbitos se habla de que estamos viviendo un cambio de época, que está naciendo una nueva conciencia en la humanidad. Pero no todos los que defienden o intuyen esta realidad lo hacen desde las mismas perspectivas, hay mucha confusión en nuestro mundo y para algunos estas ideas son un caldo de cultivo para generar más desorden, sobre todo en el ámbito espiritual y social.

No estoy de acuerdo con aquellos que creen que vamos hacia una sociedad puramente racionalista y científica (si es que todavía hay gente que cree esto) ni con los que creen que el futuro será el de una sociedad ecléctica, fluida, en la que todo se mezcle en una confusión carente de referencias y de sentido.

Pienso que vamos a un nuevo orden, a una nueva manera de vivir, más flexible en muchos aspectos pero con referencias y valores, referencias nuevas proporcionadas por un modo nuevo de vivir la espiritualidad, y valores nacidos y orientados hacia la experiencia espiritual como único modo de alcanzar una sociedad justa y libre.


Creo que uno de los signos más significativos de esa nueva conciencia es la actual sensibilidad ecuménica. Esta sensibilidad es fruto, por un lado, de un renacer del interés por la espiritualidad, pero por otro, de un rechazo del dogmatismo y el exclusivismo de las religiones tradicionales.


Pienso que el ecumenismo es una formidable “vía” para conseguir ese orden nuevo y más humano, siempre que no lo ahoguemos (por el rechazo de laicistas radicales o fundamentalistas) ni lo convirtamos en un “caballo de Troya” que destruya las tradiciones espirituales, al mezclarlas de modo subjetivo y arbitrario.


Para evitar esto, creo que el ecumenismo debería alimentarse de dos fuerzas espirituales que lo nutran de espiritualidad equilibrada: el esoterismo y la mística.


Por esoterismo no entiendo la confusión que hoy encontramos bajo ese nombre, sino el movimiento espiritual que se articula en las diversas organizaciones que perviven en cada tradición y que se consideran herederas de la Tradición Primordial, la tradición anterior a la “caída”, es decir, a la ruptura con la naturaleza profunda o espiritual de hombre, tras el desarrollo de la conciencia racionalista y egoica. Fruto de esa “caída” es el desarrollo de un cuerpo doctrinal, simbólico, normativo dirigido al hombre racional, que constituye lo que hoy llamamos la religión o exoterismo. El esoterismo trata de ir más allá de la religión, del Exoterismo, a la experiencia espiritual anterior a esa división.

Este esoterismo tradicional es una enseñanza que va más allá de las particularidades de cada Tradición, abriendo al hombre a la experiencia espiritual que está más allá de razonamientos, conceptos o sentimientos. El esoterismo es el encargado de descubrir al hombre “caído” la riqueza espiritual que esconde el cosmos y la propia humanidad, llevándole más allá de la propia realidad formal y material, a una realidad inefable, suprarracional y suprapersonal, que ninguna religión puede monopolizar.


Sin esoterismo, el ecumenismo es un puro discurso cuando no una estrategia con fines interesados. Pero un ecumenismo puramente esotérico puede ser un verdadero peligro para las religiones, haciendo creer a algunos que todas las religiones son iguales y llevándoles a promover un sincretismo subjetivo, a la carta, que en realidad no nace de la apertura a una experiencia más allá del ego, sino de la incapacidad de salir del propio ego y entregarse a lo que nos supera.


Por eso, el esoterismo debe estar matizado por lo que los cristianos llamamos mística y que en otros pueblos es la dimensión monástica, el monacato. La experiencia monástica vive la experiencia esotérica en su propia tradición actual, presente, concreta, “exotérica”, posterior a la caída en el ego.

No huye del mundo de la limitación sino que vive lo transcendente en lo limitado, descubriendo el carácter inefable también de lo concreto e individual, manifestación única e irrepetible de lo transcendente. El monacato o la mística integra y transciende la división entre esoterismo y exoterismo.


Para el místico, su tradición es única, aporta una experiencia colectiva única, que ninguna otra puede aportar, y a la vez, sabe que hay una realidad que supera y fundamenta a todas las tradiciones. El místico sabe que no debe quedar atrapado en el mundo de las cosas concretas ni en el mundo transcendente, debe vivir la transcendencia en el tiempo y el tiempo en la eternidad. Por eso, el místico une respetando la pluralidad, se interesa por lo concreto, por lo material, por la transformación de la historia y del mundo, por las pequeñas cosas cotidianas, viendo la transcendencia que ellas manifiestan de un modo único e insustituible.

Ser capaces de vivir esta mentalidad pluralista y transcendente creo que es la única manera de construir un ecumenismo que fundamente un mundo plural y fraterno a la vez. Un ecumenismo que respete cada tradición y a la vez, sepa que hay una realidad que las supera y las fundamenta.


Los cristianos, para ello, necesitamos recuperar la dimensión esotérica y mística de nuestra tradición. Quizá esto asuste a algunos cristianos que desconocen la existencia de un esoterismo cristiano legítimo y ortodoxo, representado hoy por ciertos ámbitos vinculados a la masonería tradicional y cristiana o al martinismo. Y posiblemente también desconcierte a ciertos esoteristas que absolutizan la visión guenoniana, que considera a la mística algo “inferior” al esoterismo. Pero creo que sólo dando a conocer, en especial a los cristianos, la importancia de estas fuentes de espiritualidad y la adecuada relación entre ellas (es decir, que la mística o monacato es más integral y completo que el esoterismo, como muy bien estaba reflejado en la Edad Media con la “supeditación” de la orden del temple al monacato cisterciense, sin perder la autonomía mutua) es posible ayudar a construir esa nueva sociedad y cultura que hoy presienten muchos, mediante la colaboración de aquellos que se sitúan en ambos ámbitos: el monástico-místico y el esotérico.

EL ESOTERISMO: SU RIQUEZA Y SUS LÍMITES. UNA VISIÓN MONÁSTICA


Hoy está de moda esto del esoterismo. No hay más que ir a cualquier librería medianamente grande y allí nos encontraremos con una buena sección de libros dedicados al tema. Creo que, en general, lo que se ofrece son libros bastante delirantes, que no hacen más que inducir a confusión y que, aún inspirándose a veces en conocimientos reales, los interpretan de los modos más subjetivos y peregrinos que uno se pueda imaginar.
Rene Guenon

Junto a esta realidad, hay que recordar que en el siglo XX se ha realizado un estudio serio de estos asuntos y ha surgido toda una corriente de pensamiento ( en especial, el pensamiento tradicional o perennialista) que alimenta un moviendo espiritual que enarbola la bandera del esoterismo como solución a los problemas de nuestro mundo, contraponiéndolo, a veces, a las religiones.

Sin duda, quien más ha contribuido a difundir en el mundo contemporáneo el interés por el esoterismo ha sido el francés, René Guenon. Guenon ha elaborado una verdadera síntesis doctrinal sobre el tema, indudablemente seria y llena de interés, a la que muchos se han adherido como si de una tabla de salvación espiritual se tratara, para sobrevivir en un mundo que ven materialista y en ruinas.

Para Guenon, por encima de las religiones estaría la Tradición Primordial, la tradición esotérica, de la que las religiones son meras formas exteriores (exotéricas) adaptadas a las diversas culturas y épocas. El esoterismo es el centro de las religiones y constituye una doctrina supraconfesional. Perdido este núcleo las religiones degeneran y se convierten en caminos que no permiten la realización en plenitud del ser humano.

Esto es lo que le habría pasado al cristianismo, que estuvo dotado de un esoterismo hasta el final de la Edad Media, época en la que fue perdiéndose. De forma que el actual cristianismo no permite la realización humana en plenitud y los cristianos deben buscarla en otras vías o recuperar ese esoterismo perdido que Guenon identificó especialmente con el hermetismo cristiano.

Conocer el pensamiento de Guenon creo que es de un gran interés por su erudición y rigor, pero dudo mucho que sus tesis puedan ser compatibles con la fe cristiana. Y si me apuran, con cualquier fe.

Creo que Guenon se confunde al hacer del esoterismo el núcleo de todas las religiones (ese núcleo es la mística) y dudo mucho que pueda decirse que existe una doctrina esotérica "única", aunque existan afinidades indudables (y una perspectiva similar) entre las diversas corriente esotéricas.

El esoterismo viene a ser una perspectiva, una cosmovisión, que encontramos en casi todas las culturas, encarnada en diversas sabidurías que tienen una visión “interna”, espiritual de la realidad. Para esta visión, junto a la realidad histórica externa, existe una dimensión interna de la historia o de la existencia, una intrahistoria.

Los esoterismos se basan, por lo tanto, en la idea de la existencia de un mundo “imaginalis” (Henri Corbin), un mundo de los arquetipos, el mundo angélico, la naturaleza pura y virginal, que influye en la historia externa que conocemos y al que podemos y debemos acceder para recuperar nuestro verdadero ser, nuestro rostro original, la pureza anterior a la “caída”.

De esta forma, los caminos esotéricos nos enseñan, a través del simbolismo fundamentalmente, cómo abrir nuestra conciencia a esas dimensiones, purificándonos, espiritualizándonos, relacionándonos con esos arquetipos o dimensiones angélicas, hasta recuperar una visión espiritual de la realidad y acceder a nuestra verdadera naturaleza virginal y santa, paradisíaca.

Recorrer este camino interior tiene sus riesgos y, por ello, no todos están llamados a entrar en una vía esotérica, sólo los cualificados para ello, que además sean iniciados en un grupo discreto que vigila que el proceso se realiza sin peligros y de modo correcto.

En cualquier caso, el esoterismo, con toda su riqueza espiritual, no es el núcleo de las religiones. Este núcleo es la mística o la dimensión monástica.

A diferencia del esoterismo, la mística está abierta a todos, ya que todos estamos llamados a vivir la dimensión mística (aunque en la práctica sean pocos los que lo hacen) y, aunque comparte la cosmovisión esotérica (existencia de niveles de ser y de conciencia diversos y superiores a los racionales), la mística no se centra en esos niveles “angélicos” sino que busca directamente la experiencia de Dios, la comunión con Él y en Él con el Cosmos y los hombres.

Esto no impide que podamos considerar a la sabiduría esotérica como una gran ayuda en el camino de la mística, para los que están cualificados para ello. Especialmente para todos aquellos profesionales llamados a construir el orden, la armonía y la belleza del mundo arquetípico en la cultura y sociedad humana histórica. De ahí, que en la mayoría de culturas el esoterismo está ligado a los oficios que se ocupan de esto (artistas, constructores, caballeros…). De hecho, para Guenon las instituciones esotéricas occidentales han sido las antiguas órdenes de caballería y con posterioridad la masonería, que hoy sería el último vestigio accesible al hombre moderno que quiere seguir la vía esotérica. Naturalmente, esto ha llevado a muchos masones a aceptar las ideas de Guenon.

Como dije no comparto la visión que Guenon tiene del esoterismo. Creo que Guenon ha caído en el gnosticismo, una doctrina que niega el carácter único de cada Revelación y pretende situarse por encima de las religiones, impidiendo con ello, la posibilidad de convertirse de verdad a una fe religiosa.


La Restauración Esotérica Guenoniana Versus la Revolución Monástica Mertoniana

Por otro lado, Guenon hace toda una propuesta de renovación social y espiritual. Su propuesta parte de una visión absolutamente negativa de la modernidad occidental, que considera una cultura sin principios y, por lo tanto, llamada a desaparecer. Para él, no queda otra que realizar una restauración tradicional del orden anterior a la modernidad. Esta restauración debe ser realizada por una élite espiritual que ha de beber de Oriente ya que en Occidente no hay ya fuentes espirituales puras.

Lo cierto es que, al final, toda esta propuesta termina llevando a una rigidez y autoritarismo notables, que quieren hacerse pasar por espirituales. No hay más que ver las actitudes de los diversos grupos guenonianos, descalificándose unos a otros, idolatrando a Guenon y dogmatizando a diestro y siniestro. Desde luego, muy lejos de la altura intelectual del maestro.

Frente a la figura hierática de Guenon y sus seguidores prefiero la figura alegre y sencilla (pero profunda) de Thomas Merton. Merton es un monje cisterciense del siglo XX, que también formula una propuesta de transformación de nuestra cultura en una dirección espiritual. En Merton la crítica al materialismo y al egoísmo del mundo moderno va unida a una gran compasión hacia los hombres y una valoración de las cosas positivas y rescatables e la modernidad. El suyo es un análisis mucho más matizado que el guenoniano.

Su propuesta es volver a la sabiduría monástica como camino de sanación social y personal. Volver a la mística.

Personalmente, no creo que el esoterismo guenoniano sea la solución que busca Occidente y creo mucho más en la necesidad de que la sabiduría monástica vuelva a fecundar la cultura de Occidente. Es la propuesta de Merton y también la de R. Panikkar.

Masonería en la encrucijada

Hoy los grupos esotéricos occidentales, pienso, por ejemplo, en la masonería o el martinismo, deben sentirse interpelados ante ambas propuestas. O la propuesta guenoniana que quiere hacer del esoterismo una suprarreligión o la propuesta monástica, que considera que también el esoterismo está llamado a convertirse y a aceptar una revelación que sobrepasa su propia sabiduría.

En el caso de la masonería cristiana, creo que está clara la opción. El optar por al fe cristiana supone dar la mayor importancia a la revelación y a la tradición cristiana como fuente fundamental en la que beber. De ahí, la necesidad de que hoy la masonería cristiana se abra al monacato, se enriquezca con su doctrina, que no es otra que la doctrina patrística viva y apoye la iniciativa monástica de transformación de la modernidad para lograr una sociedad más espiritual y más solidaria.